No lo decimos nosotros, lo decía un avispado Ian Malcolm, el matemático especializado en la teoría del caos, en “Parque Jurásico”. Tras la pandemia, la vida se abrió camino y también la música, con una eclosión de eventos, festivales y conciertos hasta ahora nunca vista. ¿Es posible en el actual ecosistema cultural la convivencia de las salas y los festivales? Ambos son indispensables dentro del hábitat y cumplen funciones complementarias dentro de nuestra cadena, ejem, alimenticia. ¿Pero están condenados a entenderse o destinados a una lucha encarnizada? Analicemos pues aquí casos y experiencias que han demostrado que la cooperación entre salas y festivales no solo es posible, sino que también aporta beneficios a artistas, público y profesionales del sector. Si la vida es cañón, que sea compartida.

